domingo, 6 de noviembre de 2011

Miedo...

Cierra los ojos, y siente como el miedo se apodera en su interior. La tela de araña que teje por dentro penetrando el último rincón, el más recóndito escondite. Siente el miedo.

Está atrapada, no podrá escapar, el miedo es su peor enemigo, y el llanto mi aliado. Se búsca a si misma, muerde su alma, se desahóga hundiéndose en pedazos ante él. Está desarmada, sabe que vas a morir.

La sombra se había convertido en una presencia, la presencia en un aura material. El sin sentido de la vida y la muerte, la pérdida de la esperanza…

Bajo la venda que cubría sus párpados, cerró los ojos. Dejándose llevar. Relajó sus músculos agarrotados, desnudando su miedo al miedo, prestando su carne a las cuerdas que la apresaban.

Un dedo, frío como el hielo, cruzó su cara, erizándole el vello. Notó el aliento en su oído de un susurro, que le indicaba que se dejara llevar, todo estaba perdido.

Eres mía, matizaba aquel aliento, no puedes huir.

Pero mientras mantenía los ojos cerrados, una idea surgió en su cabeza, derrotar el miedo. Se armó de toda la fuerza de voluntad que quedaba en aquel resquicio de su interior, prendió de nuevo la llama, y uno a uno fue deshaciendo los nudos de aquella tela de araña, de aquel miedo.

No temas, se decía a sí misma, se fuerte, escucha tu voz, busca la luz que combatirá contra la oscuridad…

Mientras, el miedo seguía trazando nudos más fuertes, y aquellos dedos fríos continuaban erizando el vello al contacto con su piel, aquella piel que había sido cálida, y esperaba ahora fría y dura… la muerte.

Pero la fuerza continuaba creciendo, y con ella el impulso, la valentía, de llegar más allá, de zafarse del miedo de una vez por todas… Una gota de sudor frío cayó por su frente, apretó los párpados, los dientes, los músculos que aún respondían a sus órdenes. Y por fin, llegó al centro del miedo. Acariciándolo suavemente, ganando el control, ahuyentando poco a poco los resquicios que quedaban en su cuerpo. Y superó la oscuridad, mientras todo se desvanecía a su paso, ya no había manos frías, ni venda en sus ojos, aquella horrible sensación.

Se levantó, y encendió la luz al fondo del pasillo. Había controlado su miedo, ahora sólo quedaba descansar.

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