con mujeres vacías o de moral dudosa.
Mentimos a los padres, juramos en vano, entregamos la piel y comprometemos nuestros sueños. Cruzamos la calle a ciegas con el primero que nos da la mano. Con tal de no estar solos montamos una gran farsa a la que llamamos AMOR (así, con mayúsculas) Sacando conejos muertos de una chistera, barajando con trampas nuestras cartas y haciendo trucos malos con espejos, para no darnos de bruces con la realidad y alejar de nosotros el miedo a estar solos. Porque, con tal de no estarlo, o de no parecer que lo estamos,
pasamos hambre, despilfarramos dinero, oímos sin escuchar, abrazamos sin abarcar, y nos convertimos en autómatas desesperados, olvidando lo hermoso que es sentarse a esperar a que las cosas, sencillamente, sucedan. El olor a jazmín de las noches de verano y el hallazgo inesperado de lo auténtico, que nos ha de encontrar desprevenidos, despojados de artificios, sin adornos, desarmados y tranquilos.
Liberados de todo lo que pesa y esclavos de lo vaporoso, lo ingrávido… Dejarse llevar… Pero con tal de no estar solos, ni siquiera un momento, seguimos buscando y seguimos fingiendo. Maquillamos lo que se ve, y lo que no también, por temor a que descubran nuestros defectos y la fragilidad que se esconde tras ellos. Nos apremia el desamparo, la angustia y la prisa… de modo que nos devora la noche y nos sorprende el día casi siempre en el lugar inadecuado, donde un incómodo silencio (y un dolor en el pecho) nos reprochan una y otra vez
todas esas tonterías que hacemos, unos y otros, ahora y siempre, con tal de no estar solos.
Ana Elena Pena- "Sangre en las rodillas"
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